lunes, 25 de abril de 2011

LORENA LA MÁGICA

LORENA LA MÁGICA

Autora: Mayra Olivera

No sé si este cuento me lo platicaron, lo vi por televisión, lo soñé o lo inventé; por tanto, al ser su argumento tan blanco como la nieve y tan agradable como el perfume de una flor, voy a narrarlo:

“Existe otro sistema solar semejante al nuestro, pero distante a millones de años luz de la Tierra, es decir, fuera de nuestra galaxia, y está dotado de un precioso planeta llamado “Drafken” poseedor de inmensos campos verdes, mares azules, ríos cristalinos y potente luz dada por varios soles que giran rededor de uno giganatesco para alumbrarlo la mitad de su día, porque la otra mitad que corresponde a la noche, tiene un bellísimo cielo tapizado por millones de estrellas fugaces, lunas, cometas y otros meteoros que ayudan a sus habitantes a tener fabulosas siembras y esplendorosas noches.

Los “Drafkenses”, al contrario de nosotros, viven en un mundo sin fronteras por pertenecer a una misma familia, ser de idéntica raza, tener costumbres y educación similares, amén de que sus raíces son análogas, puesto que descienden de una sola pareja: Draf y Ken, de ahí el nombre de ese planeta, cuya belleza se basa en la existencia de peces, aves, enormes superficies atiborradas de árboles y en la total ausencia de animales, insectos, microbios y virus. Las casas están construidas de sólidos cristales cuyos techos transparentes se engalanan las noches al dejar ver un cielo exento de contaminación y cubierto por millones de meteoros.

Los Drafkenses son seres que desde hace millones de años evolucionaron a la perfección al desechar envidias, robos, odios, corrupción y vicios propios de otros mundos. Su raza se desarrolló hasta conseguir equilibrar mente, alma y cuerpo a tal grado que pueden comunicarse sin necesidad de hablar ni leer, debido a su facilidad de transmitirse el pensamiento. Han llegado a prolongar la vida y a dominar la muerte que para ellos representa la liberación del alma de la materia y su eterna presencia en el limbo, por eso ellos mismos deciden cuando deben abandonar su planeta.

En el aspecto espiritual y tecnológico, ese mundo está tan avanzado que su gobierno lo integra la familia real, encabezado por el rey Randor, quien lleva millones de años manejándolo debido a su sapiencia, su esposa, Durfa, hermosa y espiritual y su hija Drafka, princesa perspicaz y bella que a pesar de tener miles de años tierra, sigue siendo una niña que le encanta jugar con las cataratas de agua que caen del cielo y bañan inmensas superficies de campos agrícolas.

Una noche, después de nadar y jugar con los peces, se recostó sobre la verde hierba del jardín a contemplar el cielo atiborrado de múltiples lunas y planetas, y a preguntarse si era verdad que existiera en alguno de ellos vida menos evolucionada que la suya, pues cierta ocasión había escuchado a su padre decir que en la lejanía existía un planeta azul, donde vivían seres semejantes a ellos, pero que estaban en riesgo a extinguirse debido a que sus habitantes eran entes agresivos que estaban en continuas guerras y que tenían armas poderosas capaces de sacar al planeta de su órbita. Ella no lograba entender cómo esa raza de seres vivos pretendían extinguirse, pues para Drafka, lo más hermoso de la existencia era vivir en un mundo lleno de paz y armonía.

Al estar observando con sus padres el cielo cubierto de estrellas, el rey le preguntó:

- ¿Qué buscas tan afanosamente en el cielo, Drafka?

- Al Planeta azul -suspiró la pequeña-. Tu me has dicho que esos seres que ahí habitan son violentos y se matan entre sí.

- Así es hija, ellos no han logrado entender que todo ser viviente pertenece a una hermandad que debe vigilar el desarrollo de sus descendientes para gozar de un mundo lleno de amor. Ellos poseen un ego imperfecto que ha provocado hambre, miseria, enfermedades y guerra, pues han puesto más empeño en buscar métodos destructivos que erradicar mortales enfermedades.

Drafka preguntó asombrada:

- ¿Existen planetas así? ¿Acaso no son como nosotros? ¿Ignoran nuestra presencia en el universo?

- Piensan que son los únicos en ocupar el inmenso espacio, porque si supieran de nosotros, seguramente tratarían de eliminarnos.

- Es imposible que discurran así, papá, y no comprendan la individualidad de las almas e ignoren que nadie tiene derecho de sojuzgar a sus propios hermanos, pues cada uno es dueño de sus sueños, ilusiones y deseos. Ese ha sido nuestro triunfo sobre la crueldad y alevosía que padecimos hace millones de años.

El rey sonrió y abrazó amoroso a su hija, mientras la reina, asombrada, intervino:

- Drafka, debes entender que esos habitantes, debido a su regtraso. necesitan millones de años para evolucionar y llegar a comprender el significado real de la vida.

- Mamá, me encantaría conocer ese planeta azul– respondió emocionada y miró a su padre-; déjame buscar una forma para ayudar a esa gente a que no se extermine -el rey le sonrió con cierta melancolía- ¿Puedo manejar ese potente lente del abuelo que sirvió para descubrir al planeta azul? Tal vez si me dedique a estudiarlo y a escudriñar lo que realmente le sucede, consiga encontrar una manera para ayudarlos.

Drafka –protestó el rey-, no me gustaría que al enterarte de su problemática, entristecieras...mejor ocúpate de ir a la Luna siete para practicar tus habilidades científicas con la hija del Rey Curod.